Por: Sergio Rubin
Es curioso: el Papa Francisco no cambió hasta ahora una coma de las normas de la Iglesia. Al menos por ahora no mostró interés por estudiar una revisión del celibato sacerdotal. Ratificó con fuerza que el sacerdocio seguirá vedado para las mujeres, si bien consideró que éstas deben ocupar puestos de decisión en la Iglesia. Apenas si abrió el debate sobre la posibilidad de permitir la comunión a los divorciados en nueva unión. Sin embargo, sus gestos de sencillez y austeridad, sus esfuerzos por colocar en el centro de la Iglesia la prédica del amor y el perdón, corriendo a un segundo plano cuestiones como el aborto o el matrimonio gay, y en fin, su marcada preocupación por los pobres -partiendo de un anhelo de una “Iglesia pobre para los pobres”- fueron actitudes suficientes para que, en apenas nueve meses de papado, Jorge Mario Bergoglio se convirtiera en el líder de una revolución cultural en la comunidad católica.
No sólo eso. Su papel más activo en la escena internacional a favor de la paz, en particular cuando un ataque desde el exterior a Siria parecía inminente, lo colocaron en gran protagonista del devenir mundial. De hecho, la intervención de las potencias no se produjo y ello fue visto, en buena medida, como un logro de Francisco. Además, sus cuestionamientos a estructuras económicas que no tienen debidamente en cuenta a la persona -como los que hizo en su reciente exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”- llevaron a que fuese considerado desde fuera de la Iglesia como “la voz de la conciencia” de la sociedad de hoy. Meses antes había sorprendido con su visita a la isla italiana de Lampedusa para encontrarse con los inmigrantes africanos que no sucumbieron ahogados en el camino y para, desde allí, cuestionar “la globalización de la indiferencia” del mundo desarrollado ante ese drama. Digamos todo: no faltaron algunos sectores que salieron a cuestionarlo: lo acusan de “desacralizar el papado”, “renunciar a principios clave” de la moral católica y hasta de “marxista”. Pero Francisco no parece inquietarse. Por caso, dice que si bien el marxismo es una ideología equivocada, no lo ofende que lo acusen de abrazar las ideas de Marx porque conoció a muchos marxistas que eran buenas personas. Una lección de tolerancia y diálogo. El entusiasmo que despierta está evidenciado el soplo de aire fresco que significa para la Iglesia y el mundo.