Por: María Montero
Nunca un Sínodo de obispos provocó tanto interés, no sólo entre los católicos sino en la sociedad en general, como el que delibera estos días en el Vaticano, sobre la realidad familiar. Ya el Concilio Vaticano II decía que “para buscar lo que el Señor pide hoy, a toda su Iglesia, debemos prestar oídos a los latidos de este tiempo”. Y con ese espíritu el Papa Francisco decidió convocar a este sínodo extraordinario que tiene como propósito evaluar “los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la Evangelización”, como pregona su lema.
Con un espíritu de cercanía hacia quienes sufren situaciones matrimoniales y familiares traumáticas o, simplemente, viven nuevas realidades, pero sin traicionar la doctrina, acaso el tema más polémico que abordaran los participantes sea la prohibición de comulgar que pesa sobre los católicos divorciados en nueva unión.En nuestro país, los últimos relevamientos indican que en la última década los divorcios alcanzaron el medio millón, mientras que la cuarta parte de los divorciados formaron nuevas parejas aumentando, así, el número también de familias ensambladas. Pero también se analizará el cada vez más
extendido fenómeno de cohabitar sin pasar por el registro civil -y mucho menos por la ceremonia religiosa-, además de los matrimonios entre personas del mismo sexo, la adopción extramatrimonial y las técnicas de fertilización. Por la Argentina participa el titular de la Conferencia Episcopal, monseñor José María Arancedo. Además, fueron convocados el rector de la UCA, monseñor Víctor Fernández -es el vicepresidente de la comisión para la redacción del
mensaje final- y Zelmira Bottini de Rey, del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la UCA y secretaria de la Red de Institutos Universitarios latinoamericanos de Familia, como auditora.
Ya el año pasado Francisco envió un cuestionario a todas las conferencias episcopales para conocer cuáles eran los principales desafíos a los que se enfrentan las familias. Esto sirvió de documento introductorio al debate que estos días están teniendo los obispos. A los que, además, instó a encarar un diálogo “abierto y sereno” sobre cada punto. Claro que diferente es la historia que se vive en el ámbito de las redes sociales y otros medios de comunicación. Ahí polemizan católicos que quieren un “aggiornamiento” de la Iglesia frente a la nueva realidad familiar y otros católicos que temen que cualquier cambio pueda debilitar la institución matrimonial. Pero no sólo debaten los laicos.
De esto daba cuenta hace unos días el cardenal Walter Kasper en una entrevista a un medio argentino. El prestigioso teólogo alemán, cercano al Papa decía: “Algunos cardenales temen que todo colapse si se cambia algo”. Además, señalaba que el Evangelio no es un código penal, sino “una realidad
viviente en la Iglesia y nosotros tenemos que caminar con todo el pueblo de Dios y ver cuáles son sus necesidades”. Es cierto que no se trata aquí de
debatir asuntos de doctrina ya explicados por el magisterio de la Iglesia. Los sínodos son consultivos: el objetivo es escuchar los problemas y expectativas sobre una problemática, en este caso la familiar, y dar una respuesta pastoral. Pero no debe olvidarse que el Papa tiene la última palabra.