Por: María Montero
La viudez, el duelo por la pérdida de un hijo, una separación, están signados siempre por un profundo dolor y por gran vacío que desafían la capacidad de soportar de quienes los padecen. Sin embargo, quien sufrió una pena sabe que, cuando se comparte, la carga suele sermás liviana. Con esa convicciónInés Ordoñez de Lanús,fundadora del Centro de Espiritualidad SantaMaría (CESM), creó en 1994 el Curso de Acompañantes Espirituales (CAE) que hoy cuenta con 610 alumnos y 740 personas que reciben acompañamiento.
Esta novedosa formación requiere cuatro años de estudio demedia jornada, una vez por semana, y tiene como requisito fundamental que el propio postulante sea acompañado desde el primer año. El curso consiste en talleres de autoconocimiento del cuerpo, de la propia historia y de la psiquis y
asignaturas dictadas por profesionales en cada área. Los cursos se dictan en la sede porteña del CESM, en San Isidro, Tucumán, Córdoba, México y Chile.
Para recibir este servicio, que es gratuito y abierto a toda religión, se realiza una primera entrevista donde la persona cuenta sus necesidadesy, según la característica, se le brinda el acompañante más adecuado que se reunirá con ella durante una hora cada 20 días. Quienes son acompañados suelen
decir que estas charlas informales son una “terapia del alma”.
Ana Teresa Vedoya, encargada del CESM, cuenta quemuchas veces “las personas llegan deprimidas porque en unmomento de su vida se plantean quiénes son o qué quieren, entonces buscan algo más que no pasa por lo psicológico, ni por lo económico, sino por lo existencial”. Quienes se acercan
son en sumayoríamujeresmayores aunque, curiosamente, están llegando al CESM muchos jóvenes. “Al ser un centro de laicos les resultamás fácil que recurrir a un sacerdote”, supone Teresa. Y afirma que sumisión no es catequizar sino acompañar a que la persona pueda abrazar su vida y amar sus
heridas, sintiéndose contenida. “Ser acompañante espiritual significa caminar junto a la persona en lo que está viviendo”, explica: Y agrega que “cada uno sabe lo que necesita y nuestra misión es escucharlo y estar a su lado para que descubra el sentido y la finalidad de su vida”.
Generalmente quien busca ayuda termina luego incorporándose al curso porque siente la necesidad de dar lo que recibió. Es el caso de Julie Gawlandque sin tener una situación de vida grave, vivía un gran vacío. “Al empezar a conocerme y profundizar en mi misma surgió la necesidad de dar lo recibido”.
Asegura que los acompañantes son los primeros privilegiados “porque cuanto uno más da, recibe mucho y es un círculo que nos anima, nos enseña, nos ayuda y va llenando los vacíos que por ahí teníamos cuando comenzamos”, afirma.
Otro de los estudiantes,Enrique Vidal Bazterrica,médico ginecólogo, no estaba entusiasmado con ser acompañado por otro, pero tuvo que acceder para poder hacer el curso. En los diferentes encuentros, dice, fue descubriendo “una cosa sutil pero fuerte: la capacidad terapéutica, ordenadora y pacificadora que tiene el poder expresarse libremente, sin preconceptos, sin ser juzgado ni interpretado y sin que uno tenga la sensación de que lo que diga puede ser usado en su contra.
Para Chiqui Mendizábal, otra compañante, la clave de cómo afrontar la situaciones límite no pasa por evadirse, sino traspasarlas. Recientemente, en el marco del Primer Congreso de Acompañantes Espirituales Hispanohablantes una de las expositoras fue interrogada sobre cómo acompañar al buen morir, a lo que ella respondió: “¿Por qué no acompañar al buen vivir?”.
El Centro de Espiritualidad Santa María está en Fray Justo Santa María de Oro 2760, en esta capital. Teléfonos: 4778-0249/0477.