Por: Sergio Rubin
Cuando pasadas las dos de la tarde del 25 de octubre de 1975 se puso en marcha la primera peregrinación juvenil a Luján los organizadores estaban preocupados. Temían que fuese un rotundo fracaso. Por eso, se pasaron las primeras horas mirando hacia atrás a ver si, además de ellos y sus grupos
parroquiales, de instituciones y movimientos los seguían otros. Pero no sufrieron demasiado: antes de que cayera la noche unas 30 mil almas confirmaban que la convocatoria había sido un éxito. Al año siguiente fueron 70 y al tercero ... ¡300 mil! Una década después ya se hablaba de un millón de personas. Había quedado consagrada, así, la principal manifestación de fe de la Argentina.
El pasado fin de semana otra vez cientos de miles peregrinaron a Luján, pese a que esta vez el clima lluvioso no acompañó. Fue la número 40, un aniversario redondo como para echar un vistazo al camino recorrido. Por lo pronto, es imprescindible rescatar la intuición del padre Rafael Tello -ya fallecido-que lanzó la idea como una forma de atraer a una juventud reacia a manifestar su mucha o poca fe. Una idea que solo su gran entusiasmo llevó a que finalmente fuese aceptada. “Cuando se empezó a avanzar en la idea y me convocaron a una reunión dije que iría a una sola y nada más, pero al escucharlo a Tello mi corazón vibró”, evoca Marcelo Mitchell, acaso el principal líder laico de la primera camada de organizadores, que por entonces tenía 20 años. Hoy recuerda incluso que junto a otros compañeros visitaban en las radios a figuras como Julio Lagos, Juan Alberto Badía y José María Muñoz para difundir la marcha.
No faltaron en estos casi 40 años críticas de quienes consideran que los jóvenes sólo van a pasar un momento de diversión diferente, que poco y nada tiene que ver con la religión. Qué después poco y nada queda espiritualmente hablando de todo ello. Pero el sostenimiento en el tiempo de la marcha, con tantos jóvenes y tanto fervor, desmiente toda generalización. Hay un sustrato religioso en muchas chicas y muchachos. Y la Virgen -es claro- convoca.
Al finalizar cada peregrinación, la Iglesia -clero y laicos- se enfrenta al desafío de canalizar todo ese entusiasmo de cientos de miles de jóvenes -y no tanto-, muchos de los cuáles no frecuentan un templo. Pero que destinan un fin de semana a la oración y el sacrificio, a poner a los pies de la Virgen sus gozos y tristezas, a pedirle y agradecerle a María. Es una señal que nos invita a la esperanza.