Por: P. Guillermo Marcó
Está instalada la discusión sobre la reforma de la Ley 23.737 para despenalizar la tenencia, cultivo y consumo de drogas, siempre y cuando sea para
uso personal. Esta posición va en línea con los planteos del presidente de Bolivia, Evo Morales, quien asegura que los que cultivan y comercializan la hoja de coca, no merecen castigo alguno. La droga es un o tan serio que pone en riesgo el presente y el futuro de nuestros jóvenes. Con cada uno que “se anima” a probar, o es empujado al consumo, se va lentamente creando un mal hábito que termina quitando la libertad y generando una lamentable
dependencia.
En esta lucha, estamos perdiendo. El tejido social se volvió muy frágil para sostener a los más vulnerables, para hacer “el aguante” a tanta angustia y decepción. Generalmente, se empieza por la marihuana: “Fumate un porrito, que está todo bien”. Hasta muchos, que nunca se sienten atraídos por la droga, llegan a probar y dicen: “Che, pero esto no era para tanto”. Puede que sea parcialmente verdad si solo se queda ahí. El problema es que, de ahí, se salta al resto: la cocaína, el éxtasis, el LSD y después ya no hay retorno. Es una suave pendiente que conduce al abismo y a un o del que difícilmente se vuelve.
Sin ser excluyentes, hay cuatro aspectos que son núcleos centrales en esta problemática: la articulación m , la disgregación de la familia, la pobreza y la carencia del sentido de la vida en los jóvenes.
La articulación a es a veces perseguida, otras consentida y hasta hay complicidad. Es el caso del problema del “paco” en las villas del conurbano. La disgregación de la familia aporta debilidad social para enfrentar el problema; se apoya en adultos a veces incapaces de escuchar a los jóvenes, de acercar el corazón, de marcar algún límite. Pareciera percibirse una especie de “miedo a los jóvenes”, a no tener respuestas adultas a sus cuestionamientos.
La pobreza es un caldo de cultivo ideal, aunque no hay que engañarse con estereotipos; también hay droga en jóvenes de clase media y alta. Si el consumo personal está despenalizado, los adictos son inimputables y la falta de restricciones aumenta el consumo. Para fomentar la búsqueda de
sentido, que es la mejor prevención –acaso la única perdurable–, hay que generar conductas no adictivas, y la única manera de generar conductas es a partir de “fortalecer valores”. Porque poco se logra con el “no a la droga” sin un fuerte “sí a la vida”.
Pero mientras en el aula, en casa, en la televisión y, sobre todo, en las leyes les digamos a los jóvenes cosas contradictorias, poco los ayudaremos a r
conductas y valores. En el documento de Aparecida, los obispos de América Latina proponen sobre esta problemática lo siguiente: Prevención: Mediante la educación de los valores, especialmente el valor de la vida y del amor. Acompañamiento: Hacia el drogadicto, para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad.
Políticas gubernamentales: Es responsabilidad del Estado combatir con a y con base legal la comercialización indiscriminada de la droga y su consumo.
Creo que en vez de legalizar el consumo, habría que ayudar a través de políticas serias a que “no se consuma” y así se evite la degradación de la vida de tantos jóvenes y tanta tragedia.