¡Viva la escuela! Ha resultado un muy buen invento. Feliz acostumbramiento el de nuestra sociedad, porque da por hecho, que cada mañana estará allí con sus puertas abiertas, con hombres y mujeres dispuestos a hacer una tarea de gran relevancia, con naturalidad y empeño. ¿Dónde irían esos chicos si sus puertas cerraran?
Cuánto duele y cuánto daña que uno solo de ellos deje de asistir. ¿No sabemos todo lo que acecha?: la pobreza, la inseguridad, la droga, el abandono, la desmotivación y el facilismo, agresiones, confusión respecto a los valores, propuestas banales o exitismo, u otras plagas que pueden dejarlos maltrechos. La escuela apuesta todo a lo más sagrado: al ser humano. Hoy, con sus debilidades y grandezas, es donde lo humano adquiere centralidad: allí habrá adultos intentando promover la humanidad de sus alumnos en sus mejores facetas y aspiraciones. Se trata de mucho más que paredes, estructuras y rutinas. Plantearse preguntas, encontrar respuestas, ampliar horizontes, despertar al conocimiento y ahondarlo, sentirse aceptados, reconocidos y estimados, tejer amistades, intuir el más allá de lo ordinario, aprender a sentir con otros, respetar diferencias, mirar con ojos nuevos, escuchar y comunicar. Son de las tantas posibilidades
que en la escuela se harán realidad. ¡Por una escuela que siga dando vida!